lunes, 19 de septiembre de 2011

De la República de la Soledad


Se escapan los días que habíamos guardado para hablar de lo importante, lo urgente y lo necesario. Tenemos matrícula de honor en dejar pasar las horas muertas. Gira en nuestra cabeza la aguja del tocadiscos mundial. Ya no tenemos cara de niño. Queda poco por hacer pero muchos calendarios que quemar. Vamos a mear apuntando contra la nada. Es un día gris. Para las cabezas mal pensadas la noche está haciendole el amor al día, para nosotros sólo cogen. Huele al café vespertino y escampa en un cortado el temporal de los recuerdos. Toque de queda hasta que se diluyan los poetas en la oscuridad de la noche. Acuérdense de mí. Alguien gritará "hombre al agua" y se arrepentirán de dejarnos entrar en el Averno. "Puedo escribir los versos más tristes esta noche" pero no me apetece. Hoy tenemos abiertas de par en para las puertas del infierno. Estamos enfermos, quizás. El remedio es nuestra propia enfermedad.


Soy lo suficiente mayor
como para no llorar
lo bastante joven
como para volver a equivocarme.
Todavía no he ganado
el derecho a ningún paraíso
pero tampoco he pecado
tanto como para condenarme.
Me siento en tierra de nadie,
viviendo junto a mi sombra
en la línea divisoria de los andenes.
Algunas veces quise ser mejor
pero entre pecho y espalda
sólo cabe un corazón.
No soy un maldito
habito entre la gente corriente
como uno más
no me importa escribir versos
que nadie quiera leer
cuando quiero volver
viajo al amanecer
para evitar las despedidas.
Yo no reparto las cartas
sólo juego mi partida