jueves, 1 de diciembre de 2011

Mi planta de Naranja-Lima



Hubo un tiempo en que tuve una compañera del compartir, pero compartir amistad, ese fue su regalo mas grande, supo ser mi pequeña amiga y yo el suyo, supongo que cambiamos ambos y dejaron de agradarnos ciertas cosas, o alguno de lo do empezó a tener mas miedo que el otro, a sentir que no se sentía tan bien en compañía de su "amigo." Los amigos nunca dejan de ser amigos, la amistad, es una forma de amor, una forma de odio, es casi tan grande el sentimiento como el sentimiento mismo de enamorarse. Aprendí que según mi pequeña amiga, yo fuí el de las malas decisiones, aprendí que yo aun tenía que crecer más, que ella era inalcanzable. Un buen día entonces cuando ya nuestra amistad no era la de hace años, comprendí que la única forma de no lastimar a mi pequeña amiga era la de darle lo que siempre quiso, la libertad de no sentirse observada, y la mantuve al margen de todo, son dejar de frecuentarla, pero haciendo distancia de todo lo que a ella se refiere, no se si funciona o no, por ahora se siente amargo pero todo cambio es raro al principio. Ya todo lo demás que pueda hacer por ella seguiré haciéndolo, pero como un hombre debe, sin perseguir ningún tipo de gloria. Su segundo mejor regalo fue hacerme conocer un libro, del cual les dejo las dos ultimas partes a continuación.

Para vos, "Mujer que refleja horizontes..."


8
SON TANTOS L0S VIEJOS ARBOLES
Aún no había anochecido y la noticia había sido confirmada. Parecía que una nube de
paz volvería a reinar sobre la casa y la familia.
Papá me tomó de la mano, y delante de todos me sentó en sus rodillas. Se balanceó
lentamente en el sillón para que no me mareara.
—Ya pasó todo, hijo. Todo. Un día también vas a ser padre y descubrirás qué difíciles
son ciertos momentos en la vida de un hombre. Parece que nada sale bien, provocando una
interminable desesperación. Pero ahora, no. Papá fue nombrado gerente de la Fábrica de
Santo Aleixo. Ya nunca faltará nada en tus zapatitos en la noche de Navidad.
Hizo una pausa... Tampoco él se olvidaría de aquello por el resto de su vida.
—Vamos a viajar mucho, mamá no tendrá que trabajar más, ni tus hermanos. ¿Todavía
tienes la medalla del indio?
Revolví en mis bolsillos y la encontré.
—Bueno, compraré nuevamente un reloj para colocar la medalla. Un día será tuyo...
"¿Portuga, sabes lo que es carborundum?". Y papá hablaba y hablaba siempre. Me
hacía daño su rostro con barba al rozar mi cara. El olor que se escapaba de su camisa muy
usada me daba escalofríos. Me fui resbalando de sus rodillas y caminé hacia la puerta de la
cocina. Me senté en los escalones y contemplé el fondo, cuando morían todas las luces. Micorazón se rebelaba sin rabia. "¿Qué quiere ese hombre que me sienta en sus rodillas?" El
no era mi padre. Mi padre había muerto. El Mangaratiba lo mató.
Papá me había seguido y vio que mis ojos se encontraban nuevamente húmedos.
Casi se arrodilló para hablar conmigo.
—No llores, hijo. Vamos a tener una casa muy grande. Un río de verdad pasa por
detrás. Hay grandes árboles, y tantos, que serán todos tuyos. Podrás hacer lo que quieras,
armar redes-hamacas.
No entendía. ¡No entendía! Ningún árbol podría ser tan lindo en la vida como la Reina
Carlota.
—Serás el primero que elija árboles.
Miré sus pies, con los dedos que salían de sus zuecos.
Era un viejo árbol de raíces oscuras. Era un padre-árbol. Pero un árbol que yo casi no
conocía.
—Y hay más. Tan pronto no van a cortar tu planta de naranja-lima. Cuando la corten
estarás lejos y no sentirás nada.
Sollozando me abracé a sus rodillas.
—Ya no me interesa, papá. No me interesa... Y mirando su rostro, que también se
encontraba lleno de lágrimas, murmuré como un muerto:
—Ya la cortaron, papá, hace más de una semana que cortaron mi planta de naranjalima.
9
LA CONFESIÓN FINAL
Los años pasaron, mi querido Manuel Valadares. Hoy tengo cuarenta y ocho años y, a
veces, en mi nostalgia, siento la impresión de que continúo siendo una criatura. Que en
cualquier momento vas a aparecer trayéndome fotos de artistas de cine o más bolitas. Tú
fuiste quien me enseñó la ternura de la vida, mi Portuga querido. Hoy soy yo el que tiene
que distribuir las bolitas y las figuritas, porque la vida sin ternura no vale gran cosa. A veces
soy feliz en mi ternura, a veces me engaño, lo que es más común.
En aquel tiempo... En el tiempo de nuestro tiempo, no sabía que muchos años antes
un Príncipe Idiota, arrodillado frente a un altar, preguntaba a los iconos, con los ojos llenos
de lágrimas:
¿POR QUE LES CUENTAN COSAS A LAS CRIATURITAS?"
Y la verdad es, mi querido Portuga, que a mí me contaron las cosas demasiado
pronto. ¡Adiós!
Ubatuba, 1967