
Cuando me coloco en una hamaca a pensar un poco, recuerdo que no soy el gran filosofo que soñé cuando niño y por poco mas soy el idiota que jamás quise ser, de niño amé tanto la vida como de grande y un día de otoño supe que la vida me amaba aun mas, me regalaba el verde de cada mañana al despertar y fresco olor a pueblo del interior, si si, del interior, el sol que se trepaba desde muy abajo, al que veía antes de ir al colegio, lugar donde empezaban a formarse mis ideas, las cuales en muchas ocasiones estaban en rebelión contra la filosofía de formación que pretendían los docentes, eso me llevó a ser presidente del centro de estudiantes por decisión de los votantes, mas del 75% del alumnado creía en mi poder de decisión y convicción.
Cada mediodía salía a mirar la estrella que ilumina, que se encontraba en lo mas alto del cielo, luego entraba al colegio nuevamente a atender las consultas de muchos alumnos, después de un año dejé mi cargo para volcarme por completo a no estudiar mas lo que los profesores no sabían. Me enamoré, pero no para siempre, me duro unos años, y eso fue antes de ser presidente, mientras fui presidente también estaba enamorado, y adivinen, tampoco fue para siempre. El tiempo me indico el momento para terminar de estudiar mi secundario y comenzar una larga carrera de aprendizaje universitario, eso sí, a distancia, no tolero a los universitarios que viven en la ciudad y hacen sus fiestas y hablan como grandes conocedores de todo, prefiero verlos lo menos posible, para mis 23 años se murió la esencia de mi segundo amor, con gran esfuerzo la tuve que olvidar, y me aleje de a poco, lo mejor de esto es que ella ahora tiene novio, un tipo excelente y además es muy feliz.
Esa es mi vida, hasta los 23, los detalles que faltan los prefiero olvidar, otros serán contados en otra ocasión, como las travesuras del colegio (cosa por la que soy muy recordado en el Instituto José Manuel Estrada de María Juana).
De mis