martes, 19 de enero de 2010

Otro día en soledad



Cuando los días deciden no pasar se quedan encerrados en se cuarto o sentado en la cocina de su casa escribiendo lo que mas les gusto de su día, o lo que mas le disgusta, o lo que mas le asentó o lo que mas le molestó, así son los días oscuros, pero no de lluvia, oscuros de vientos incesantes y de temporales calamitosos donde solo me mojan las letras que dejan sus marcas al caer sobre un papel que jamás leeré, que tendrán escritos los días en sus páginas de misterios, como será de compañero el lápiz que acompaña que tiene grabada sus manos en la madera que rodea los labios que emiten las letras que se graban en su cuaderno de misterios, fue antes, fue hace mucho cuando acunaba los ojos de los días que ya no están pero que aun siento tan cerca de mí, así son mis días, y siento que nos fuimos para siempre, ellos sin mi y yo con ellos…

lunes, 18 de enero de 2010

Recordando a Paco Urondo



Sobre el ejemplo de su padre



Hay una anécdota, que según Beatriz Urondo, define en ambos, en Paco y en ella misma, un camino de compromiso insoslayable, marcado por su propio padre y su sentido de justicia:
1945. Una mañana, el padre de Paco se levanta para ir a hacerse cargo de sus clases. El clima está raro. Llegan comentarios desde Buenos Aires que no auguran buenas nuevas para los que no sigan ciegamente al nuevo régimen que gobierna. Está desayunando, cuando ve venir por la ventana a un grupo de estudiantes y profesores con cara compungida. Les abre.
¡Ingeniero… ingeniero! Gritan desde afuera. Hay orden de cesantía general.
El gobierno intervino las Universidades Nacionales. Y dejó cesante a todos los profesores y autoridades que hasta entonces llevaban adelante la circunstancia universitaria de la época, incluido el padre de Paco, un vasco que en ese momento tiene 50 años y esa noticia es casi una puñalada. Junto con su familia, la Facultad (que colaboró a fundar) y la docencia, son su vida. Dentro del hogar Urondo se produce un colapso de proporciones astronómicas. Lorenzo, un tío materno de Paco, muy vinculado al empresariado y a las influencias políticas, se ofrece a tramitarle su reincorporación. Cosa que el ingeniero vasco no pide, pero sí su esposa. Sus hijos son jóvenes, observan en silencio, el silencio y la angustia de su padre ante su mundo roto. Pasa una semana de caos, hasta que, un mediodía, están almorzando en familia, cuando suena el teléfono. Es tío Lorenzo. La consiguió, ¡la consiguió!, le dice su mujer cuando le pasa el teléfono al ingeniero, que toma el auricular con aire grave, y escucha atentamente lo que el tío Lorenzo tiene para contarle.
Ya está la reincorporación tramitada. Escucha del otro lado de la línea.
Qué reincorporación, pregunta el ingeniero.
La tuya, le responde.
Escúcheme, Lorenzo, sólo voy a aceptar esa reincorporación, en el único caso de que toda la gente que fue dejada cesante conmigo, también sea reincorporada. Me parece lo más justo.
El silencio en el comedor fue un cuchillo en la garganta de cado uno. La madre miró a sus hijos, Beatriz y Paco, y después los tres miraron a su padre, que hablaba por el auricular, su mirada puesta en la ventana.
Urondo, qué le parece si acepta lo que nos ofrecen, y lo demás, después vemos. Dijo el tío Lorenzo.
Y el ingeniero, respiró hondo y dijo: Discúlpeme, si lo hice perder tiempo. No acepto. Nunca tuve bisagras en la columna vertebral.